El crecimiento demográfico es una palpable realidad y las proyecciones nos muestran datos impactante pues según Naciones Unidas “el planeta podría llegar a alrededor de 8500 millones en 2030 y 9700 millones en 2050. Se proyecta que alcanzará un pico de alrededor de 10.400 millones de personas durante la década de 2080 y que permanecerá en ese nivel hasta 2100. (…) Más de la mitad del aumento de la población mundial previsto hasta 2050 se concentrará en ocho países: Egipto, Etiopía, India, Filipinas, Nigeria, Pakistán, República Democrática del Congo y Tanzania. Se espera que los países del África subsahariana contribuirán con más de la mitad del crecimiento de la población mundial previsto hasta 2050.” La nota de ONU reporta además cuanto dicho por Liu Zhenmin, subsecretario general de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU: “la relación entre el crecimiento de la población y el desarrollo sostenible es compleja y multidimensional y el rápido crecimiento de la población hace más difícil la erradicación de la pobreza, la lucha contra el hambre y la desnutrición, y la expansión de la cobertura de los sistemas de salud y educación.” O sea la Tierra nos está quedando chica.
Hace unos decenios ha tomado presencia en el lenguaje común el concepto de resiliencia. Ese palabra según la Real Academia Española, deriva del ingles resilience y este del latín resilïre, saltar hacia atrás, rebotar, replegarse. Hoy comúnmente “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos” siempre según la RAE.
Entonces la capacidad o necesidad de adaptación (resiliencia) podría coincidir con saltar hacia atrás, replegarse (resilïre). Una imagen potente y en el fondo muy cercana a la realidad de mucha humanidad que la palabra resiliencia la traduce en “sacarse la cresta” (para juntar desayuno y una once). Y no cabe duda pensar que los pobres, sin necesidad de poner ni multi ni dimensional, son personas en constante perdida de derechos y a la vez sin objetiva posibilidad de responder a sus deberes en cuanto ciudadanos.
Otro concepto que se suma al moderno vocabulario del lenguaje común es de la economía circular. Toda la comunidad académica e intelectual ha realizado una importante inversión para elaborar un marco científico a esa reclamada practica y hasta llegar a determinados instrumentos legislativo, por ejemplo el reciclaje. Pero la memoria nos lleva hasta nuestros abuelos que todo guardaban porque nunca se sabe. Son típicas las mantas que se hacen reutilizando pedazos de lienzos; la ropa escolar que se pasa de hermano a hermano y también a los primos; el rehuso de cualquier artefacto para otra función. Todo eso sin magíster. Más bajamos en la pirámide social más se han afinado capacidades, inventivas, creatividad para hacer frente a las necesidades básicas a todo niveles. La paradoja, por ejemplo en el mundo rural, es que desde la antigüedad los pobres son los mejores recicladores, cuidadores de su entorno y la capacidad de resiliencia coincide con la sobrevivencia. Ahí está la ingeniería popular, aquel empirismo que generaciones tras generaciones conforma el universo de conocimientos que sin retórica ha permitido y permite resiliencia, o mejor dicho resistencia, a las condiciones adversas.
En fin: resiliencia; economía circular; economía social y solidaria, otro concepto que recién ha tomado fuerza, enfocado en la generación de emprendimientos con fuerte caracterización colaborativa y colectiva, ejemplo es el llamado tercer sector; representan algunos de los pilares de la política publica que muchos países están considerando cual marco referencial en la lucha a la (creciente) pobreza.
Todo eso dentro de un escenario de fondo que sigue siendo el cambio climático: todos los esfuerzos y expectativas para controlar y reducir la contaminación que producimos, COP tras COP caen ante las grietas y brechas de los juegos de poder, lamentable única y constante brújula en la historia de la humanidad. Obvio que no es tan simple como podría aparecer y como cualquier evento humano lleva su complejidad, a mayor razón la búsqueda de un equilibrio entre necesidades energéticas, modelos productivos, estilos de vida y la presión que ejercemos cotidianamente versus el medio ambiente y la naturaleza para aquellos. Pese los millones y millones de ciudadanos que en todos los países reclaman mejores condiciones de vida, mejor y mayor cuidado de la Madre Tierra, sea Pachamama, Ñuke Mapu o la Casa Común, según la encíclica “Laudato Sí” de Papa Francesco, seguimos invirtiendo para enfrentar los efectos sin incidir con mayor determinación directamente en las causas.
No que no haya serias preocupaciones y muchos esfuerzos para intentar contener el constante depredar de recursos naturales y la constante producción de contaminantes, sólo que hasta el momento no se han logrados acuerdos entre los grandes de la tierra anclados a un modelo de vida individualista y anteponiendo los intereses financieros al bien del ser humano. Sin ninguna duda podemos decir que la cultura dominante (viejo ma pertinente concepto) más que fomentar el sentido de ciudadanía en cuanto expresión de derechos y deberes para una sana convivencia, ha plasmado generaciones de consumidores envueltos en un sistema de constante endeudamiento incluso para acceder a servicios básicos como la salud y la educación. Algo que a largo mirar poco se condice con una visión de progreso sostenible y sustentable. Más aún pensando al impactante aumento demográfico. Como dicho la Tierra nos está quedando chica y sin ser pesimista ni catastrofista no se ve muy bien el futuro, todavía luchando contra el COVID19 y con el despertar de la más antigua forma de resolución de conflictos, la guerra entre Rusia y Ucrania. Lamentablemente eventos que han impactado y siguen impactando en la vida y economía de muchos sectores y categorías sociales.
Ante ese escenario tan complejo no cabe duda pensar seria y concretamente en investigar y experimentar como vivir en la Luna y Martes y quien sabe hasta donde llegar, lo importante es buscar una alternativa al constante e irresponsable degrado ambiental y social que vivimos en la Tierra.
Una situación donde la gigantesca inversión para alcanzar tecnologías aptas a generar ecosistemas en otros planetas se opone la limitada voluntad en solucionar los problemas sociales y ambientales aquí en la Tierra. Frente la ciencia ficción que se hace realidad seguimos explotando, amenazando, modificando y destruyendo ecosistemas terrestres y marinos. Entonces mejor irnos a la aventura y dejar que el planeta se transforme en el primer (?) basurero del universo conocido. Suena tal cual cuando una cualquiera empresa exprime hasta la última gota lo que puede explotar y se va.
Ojos, nada en contra de los avances tecnológicos es importante e irreversible seguir investigando y evolucionando en todas las ramas y para cualquier sentido.
De todo lo anterior una primera consideración es que para el modelo que rige nuestra vida en fin los ecosistemas, la naturaleza son para la explotación y eso conlleva modificaciones, perdidas de variedades, hábitat altamente contaminados, desenfrenado uso de recursos no renovables, etc. etc.
Incluso para muchos se ha indicado el COVID19 consecuencia entre otras, de esa intervención humana que cambia y rompe equilibrios naturales. Según Wikipedia el virus “parece tener un origen zoonótico, es decir, que pasó de un huésped animal (un murciélago) a uno humano. Un traspaso que con mucha probabilidad dio lugar en el (lamentablemente famoso) mercado de Wuhan, una ciudad en la provincia china de Hubei. No importa si fue un accidente en un laboratorio, si fue por alguna casualidad en el mismo mercado, lo que sin duda es cierto, una de las causas del desastre sanitario que vivimos reside en la constante presión humana hacia la naturaleza. Y considerando la impresionante velocidad con la cual seguimos expandiendo y modificando los habitat naturales ya sea para ampliar la frontera agrícola o incrementar el desarrollo urbano y habitacional, no será mañana pero en la agenda futura habrá otra pandemia tal vez meno o más agresiva, con la única constante de la rapidez de su expansión global.
Una segunda consideración reside en los constante avances de la investigación científica en todas sus ramas, como dicho, y gracias a una de esas la sonda china Chang’e 4, reporta la agencia EFE, alunizó con éxito en la cara oculta de la Luna por primera vez en la historia, llevó consigo semillas de algodón, colza, patatas y arabidopsis, así como huevos de mosca de la fruta y algunas levaduras, con el propósito de poder crear una “minibiosfera simple” y con el sorprendente resultado que el algodón prosperó, aún a los días no logró superar la bajísima temperatura de la noche lunar alcanzando los 170 °C bajo cero. Igual un gran logro, en la perspectiva de mudarnos a otra casa. Cierto falta que las grandes potencias, China y Estados Unidos primariamente, se pongan de acuerdo como gestionar las relaciones territoriales en el espacio y en otro planeta. Tal vez asumiendo todas las enseñanza productos de los fracasos hasta aquí acumulados en la historia de la humanidad.
El cruel juego del destino hizo que en el mismo 2019 se manifestaron dos eventos totalmente opuesto entre ellos, uno lo recién reportado que abre una concreta esperanza de generar la vida en otro planeta y el otro los primeros casos de corona virus que abrieron la puerta a la primera más grande pandemia del siglo, que todavía nos se ha solucionado. Por un lado abrimos horizontes impensables hacia pocos decenios y por otro ante la tecnología que alcanza generar vida donde no hay vida, seguimos simplificando y desequilibrando las relaciones entre las especies vivientes del creado.
Una paradoja que como si fuera una fotografía, muestra las profundas contradicciones que padecimos para enfrentar la difícil tareas de consolidar el bien común encima de todos los intereses económicos y financieros, y que la historia de un murciélago y de una semilla de algodón culmine con el clásico … y vivieron prósperos y felices por la eternidad.